martes, 22 de noviembre de 2016

"PURO CUENTO" Ed. BAILE DEL SOL

            


Yolanda Delgado Batista.

El relato es una sacudida eléctrica, un calambre que paraliza al lector durante un instante muy breve. Los personajes y el escenario vienen dados. Pertenecen a historias que de alguna manera viví, otras me las contaron o están sacadas de noticias publicadas en los periódicos; y algunas, por qué no confesarlo, las escuché sin permiso. Acontecimientos y voces, que por alguna razón inexplicable, se instalaron en mi imaginación, invadieron mi tranquilidad y no cesaron de saltar hasta que replegándome a sus caprichos, las traje a la superficie. Pero una vez que sus personajes quedaron satisfechos, dijeron sin mirar atrás: "Adiós y buena suerte".

Cubierta. Ed. Baile del Sol.

            Los relatos contenidos en este libro suceden en varios lugares. Unos bien definidos, otros no pertenecen a ninguna geografía; algunos son muy breves, pero incluso estos, aparentemente más humorísticos e inverosímiles piden una segunda lectura como enseguida se percatará el lector. Entre bromas y veras, he pretendido acercarme a la contradictoria belleza de amor y desamor que encierran las relaciones humanas en todas sus variantes.

             Más ambicioso por mi parte ha sido pretender acercarme al espíritu volátil que late bajo cualquier forma de narrar, ese pálpito que empuja a los hombres a contarse a sí mismos de qué va el juego de vivir. "Seguiremos debiéndonos afligir con esa palabra "literatura", lo que es y lo que pensamos que sea (...) Pero alegrémonos de que acabe por escapársenos, por nosotros, porque siga viva y nuestra vida se una con la suya en horas en las que intercambiamos el aliento con ella", dijo Ingeborg Bachmann. Hasta ahora no he encontrado una explicación mejor que resuma con tanta intensidad lo que todo escritor anhela cuando esculpe con palabras universos inventados. Serás tú, lector, el único que valore si he conseguido mis propósitos. 


martes, 8 de noviembre de 2016

LA PERSPICACIA DE HUMPTY DUMPTY






Cuando yo uso una palabra insistió Humpty Dumty con un tono de voz más bien desdeñosoquiere decir lo que yo quiero que diga, ni más ni menos.  
La cuestión es –dijo Alicia– si puedes hacer a las palabras significar cosas diferentes.
 —La cuestión es –repuso Humpty Dumpty– quién va a ser el amo. Eso es todo.

                                      Alicia a través del espejo. Lewis Carroll.

sábado, 5 de noviembre de 2016

CUANDO HITLER ROBÓ LAS PALABRAS



Todos los totalitarismos roban las palabras. Las prohíben, las destrozan, las violan con la prepotencia que otorga la maldad. Todos los totalitarismos inventan un lenguaje propio, uniforman el pensamiento, infectan de odio el habla de los ciudadanos. Como Lenin, Stalin o Mussolini, también Hitler nacionalizó la "no libertad de expresión". 
A cada alemán le colocó una mordaza, le despojó de su esencia como individuo y se le obligó a levantar el brazo en honor al "Redentor de Alemania". Se escribieron eslóganes y se escogieron los símbolos de esta nueva religión: "banderas de sangre", la cruz virada con las puntas rotas en el brazo de los auténticos alemanes; la estrella amarilla en el pecho de los judíos.
         Los altavoces gritaban en todas las calles, en todas las esquinas se oía la voz del Führer y de Goebbels, su ministro de propaganda. Discursos sentimentaloides que hablaban de la salvación de la patria, de la heroicidad de quienes luchaban por Alemania y daban su vida por Hitler. Los discursos estaban repletos de palabras peligrosas: nacionalsocialismo, sistema, Estado, surgimiento, raza aria, judíos… Jóvenes y ancianos asimilaron de forma natural "todo el rosario nazi". La tendencia era ensordecer al individuo con el colectivismo. «Pueblo» se emplea tantas veces al hablar y escribir como la sal en la comida; a todo se le agrega una pizca de pueblo, escribió Victor Klemperer ( Landsberg 1881-Dresde 1060) en su obra "LTI. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo" (Ed. Minúscula. Traducción de Adan Kovacsics).
         Para entonces (agosto de 1933), al catedrático de francés lo habían expulsado de la Universidad de Dresde por judío,  consecuencia de la depuración del funcionariado. Se le prohibió la entrada a las bibliotecas y la posesión de libros escritos por autores no judíos.
       Victor Klemperer estaba casado con una mujer «aria», la pianista Eva Schlemmer. Entre 1933 y 1945, el matrimonio resistió con dolor y estoicismo la exclusión, los insultos, la marcha y la desaparición de sus amigos, la enfermedad, la persecución, la pobreza y la guerra. Ya no soy alemán y ario sino judío, y tengo que agradecerles que me dejen con vida, confiesa en una página de sus diarios.
      El "judío Klemperer" (esa era la forma de presentarse ante la Gestapo) continuó escribiendo al tiempo que trabajaba de peón en una fábrica de plantas medicinales, y lo hizo mientras huía para salvar la vida.  Sus obras y sus artículos eran rechazados una y otra vez en el país que no quiso abandonar. La escritura se convirtió en su salvavidas, a pesar del peligro al que se exponía él, su esposa y la cirujana Annemarie Köhler, quien custodió los textos del escritor y los puso a salvo de la Gestapo y de la guerra. Escribir le ayudó a situarse por encima de las circunstancias y observar la realidad con sus herramientas de filólogo.
         En la Lingua Tertii Imperii (LTI) analiza con claridad meridiana cómo las mentiras y la demagogia de la biblia hitleriana del Tercer Reich, Mi lucha, y sus apóstoles contaminaron los carteles en los comercios, las conversaciones cotidianas de la gente, inclusive entre los que eran judíos. Influyó a la hora de elegir el nombre de los recién nacidos o en el lenguaje grandilocuente de las necrológicas. La sombra del fanatismo (palabra en aquella época sinónimo de «apasionamiento») fue alargada. Encontró eco en la literatura, en los textos apolíticos y por supuesto, en los medios de comunicación que con tanta eficacia difundieron el mensaje de odio contra la raza judía, "moral e intelectualmente inferior". La LTI "se apoderó de todos los ámbitos, públicos y privados". Creo que en el futuro, cuando se pronuncie la palabra «campo de concentración», se pensará en la Alemania de Hitler, única y exclusivamente en la Alemania de Hitler…

      Sus textos lograron ver la luz, continúan traduciéndose en todo el mundo. A pesar de lo que pensaba el autor, tanto esfuerzo, tanto dolor personal, sí mereció la pena. Gracias al testimonio de Victor Klemperer y a muchos como él, las mujeres y los hombres de hoy sabemos que héroes son quienes "realizan actos positivos para la humanidad", y nadie tiene derecho a robarnos las palabras. Jamás.